¿Esto es motivo de divorcio?


Cuando lo conocí, él tenía la costumbre de lavar los trastes hasta el momento en que no había ni una cuchara limpia. Debo reconocer que su capacidad de sobrevivir al caos era impresionante; dedicaba entonces toda una mañana en lavar aquel trasterío. En aquel momento, eso no fue importante para mí, sus feromonas fueron más excitantes que su desidia. Ese chico encantador y relajado iba de paso y, como buen viajero, ofreció una aventura primaveral, buenos recuerdos y una amistad a distancia. Llegado el verano se marchó, pero continuaron sus cartas. En ellas, poco a poco, comenzó a haber planes de aventuras futuras. 



En la primavera siguiente decidí visitarle en su terruño, al otro lado del Charco. Esa estancia me permitió conocer un poco más de él, de su mundo nativo y de sus costumbres. Me sorprendió darme cuenta que él no estaba familiarizado con el trabajo "doméstico", en casa la mayor parte de ese trabajo recaía en su madre y, en segundo lugar, en su padre. Recuerdo quedar sorprendida de la eficacia de su trabajo: ese chico lindo al bañarse dejaba el calzón mugroso tirado en el baño, y al otro día, el mismo calzón aparecía, como por arte de magia, limpio, planchado, perfectamente doblado y acomodado en su armario. Sí, así de "maravilloso" funcionaba aquella casa, sin gritos, sin peleas, casi mágicamente. Así que aquel chico lindo sólo estaba dedicado a lo que le "era importante": sus estudios universitarios, el alpinismo, sus actividades deportivas, de ocio y de convivencia, ¡ahh! y por supuesto, su militancia política y social. 

Todo ello me impactó, no niego que sentí un poco de envidia, porque él gozaba, aparentemente, de todas las condiciones para "desarrollarse plenamente", y aunque era emocionalmente maduro y seguro de sí mismo, en el aspecto de la limpieza me parecía sumamente infantil. En seguida me desmarqué:"corazón, está bien que tu mami te trate como un infante, pero si algún día quieres emparejarte conmigo, tendrás que crecer, hacerte un hombre autosuficiente en todos los aspectos, porque yo no te trataré como niño mimado, sino como pareja. No voy a competir con tu madre por ser "tu mami", nunca usurparé su lugar, yo quiero ser tu pareja."

 Ese estado de "confort" que él mantuvo hasta los 20 años de edad, yo sólo lo gocé en mis primeros años de infancia, pues tanto mi hermano mayor, como yo, fuimos enseñados a asumir tareas domésticas. Hacía  muchos años que en mi familia el trabajo de casa era una responsabilidad colectiva, gracias a la audacia de mi madre, quien se negó a asumir como "destino divino" su papel de El Ángel del Hogar. Ella se fijó muy bien en escoger un compañero que no cuadrase con el estereotipo del macho mexicano: bebedor, agresivo, atenido a las atenciones femeninas y promiscuo. Por lo tanto, aquel aquel hombre, mi padre, quien era libre, en cierta medida, del estereotipo del macho mexicano se implicaba en bastantes quehaceres, pero no de todos, como: ordenar la casa, limpiar, sacudir, cocinar, organizar las actividades domésticas, dedicar tiempo al juego y a las tareas escolares. 

El asunto de lavar la ropa, en mi casa fue EL GRAN TEMA, pues desde que parió a mi hermano pequeño, mi madre se negó a cargar con la responsabilidad de lavarla a mano. Aún recuerdo la pelea con mi padre para que comprasen una lavadora y desde entonces, aquel pesado trabajo que ella solía asumir los sábados, con alguna ayuda nuestra, pasó a ser una tarea conjunta y aligerada por la máquina. 

En cuanto a lavar los trastes y la comida, en mi casa fue asumido en trabajo de equipo, cuando rondaba los 8 o 9 años. Formábamos dos equipos: madre  - hijo o hija, y padre - hijo o hija. Un equipo hacía comida y ponía la mesa, mientras que el otro levantaba mesa y lavaba trastes.

Fue así como en el día a día no sólo me enseñaron una serie de habilidades de autosuficiencia y de orden como son barrer, trapear, ordenar, lavar, sino que también desarrollé la conciencia del trabajo colectivo y coordinado. Así pues, ese chico encantador para poder vivir EN PAREJA se vio en la necesidad aprender todas esas habilidades y esforzarse en hacerlo ordenada y cotidianamente.

Cuando recién vivíamos juntos en Barcelona, un día encontré por casualidad un cartel que ofrecía un curso destinado a hombres para aprender a barrer, trapear, lavar trastes a 50€ la hora!!!!!!! Fue cuando me dí cuenta que todas esas habilidades que yo le estaba compartiendo tenían un costo. Así que le ofrecí mi propio curso, con un pequeño descuento, que incluía una primera clase teórica y luego la práctica diaria en casa, con tiempos y retroalimentación. Entre más practica ha tenido, mejor lo hace.

Muchas veces me he preguntado ¿Por qué me enamoré de él? Poco a poco he descubierto que fue su madurez emocional que le daba seguridad en sí mismo, no aspiraba a ser mejor que nadie. Más bien, era un chico tímido, carácter apasible, no era el clásico "perro" seductor, poseía una gran sensibilidad hacia la naturaleza y las montañas. Además, le gustaban los ritmos mestizos, así que no acoplamos rítmicamente bien.  No obstante, lo que me ha hecho amarlo hasta hoy día es que es un hombre que  cuestiona, desde primera persona, la masculidad hegemónica y está dispuesto a renunciar a sus privilegios masculinos, históricamente heredados, no sólo en el aspecto sexual, sino también cultural, familiar, política y económicamente.

La fotografía que acompaña a este escrito forma parte de nuestra historia, de nuestro proceso de aprender a convivir en pareja y en familia. Después de 14 años viviendo conjuntamente, tenemos más que asumido que el trabajo de casa es valioso y colectivo. Hemos experimentado distintas estrategias e implantamos la "Operación de Hormiga", herencia de mi papá, en la que nos repartimos tareas entre los integrantes de la familia y establecemos tiempos.

*Fotografía: Irina Ravelo, septiembre 2012, Edificio Brasil, 15º piso Integración Latinoamericana.

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